ESTAMPA CAUDETANA.
SALE Y VIAJA LA PATRONA.
Ya han pasado siete días. Hoy tendrá lugar el BESAPIÉS DE LA
SAGRADA IMAGEN. Con este rito se dan por concluidas definitivamente las Fiestas
Patronales. Este entrañable rito viene haciéndose desde el 13 de
septiembre, domingo siguiente al día de la fiesta, del año 1942 en que,
Don Francisco Díaz Alcover, cura pilón, lo implantó. Consiste este rito
en besar los pies de la sagrada imagen que posa, sin ropaje alguno, para que
los fieles puedan contemplar la belleza de la imagen esculpida por otro
caudetano, Miguel Bañón Díaz, el año anterior, sirviéndose de la madera de un
ciprés de la “Casa de los Frailes”, de la familia Izquierdo.
Ya se han apagado las luces que ponían claridad y color en
las calles y plazas de la Villa.
Ya los árboles de luz que encendían los cohetes en la
cubierta del cielo caudetano dejaron sus fulgores sumidos en la oscuridad
impenetrable de nuestras noches.
Ya dejaron de oírse los estampidos estruendosos de arcabuces
y escopetas que atronaban todo el centro y los contornos de la Villa.
Ya la pólvora no quemada, y la ceniza de la que sí lo fue,
ha desaparecido de nuestros ámbitos porque el camión ha baldeado
sistemáticamente los lugares por donde fue depositándose.
Ya su penetrante olor se ha disuelto y viajado lejos, en
volandas de los ocho aires que barren nuestro predio.
Ya la vida ajetreada de los villanos ha vuelto por sus
fueros con la vista puesta en otras fiestas como las que traerán las de San
Miguel en que los campaneros darán información pormenorizada, de los diferentes
toques que practican, a la vecindad y visitantes. Y, luego, más allá, en el
calendario, la Navidad y San Antón y San Blas el copatrón. Y más tarde la
semana festera que parte en dos el contar el tiempo en esta Villa y, después,
elecciones de damas y de Reyna y, por fin, otra vez, Moros y Cristianos. Y
"vuelta a empezar".
Sí, ya todo terminó. La pólvora se quemó toda, como manda la
legislación, y los arcabuces y escopetas se fueron a descansar en sus baúles
hasta el año que nos traerá un nuevo calendario y en él, otras fiestas de Moros
y Cristianos en honor de Ella, de nuestra Madre la Virgen de Gracia.
Pero, echando la mirada atrás recuerdo que uno de los
momentos más entrañables de las FIESTAS PATRONALES DE ESTA REAL VILLA DE
CAUDETE fue, sin duda alguna, LA SALIDA DE ELLA, DE LA PATRONA, de su casa, de
su santuario.
Fue puntual, como siempre, A LAS SIETE DEL DÍA SIETE,
salió la Madre para venir a vivir con sus hijos las tradicionales fiestas
en su honor y agotar, de paso, los días de la novena a Ella dedicada.
Al asomar la sagrada imagen por el dintel de la puerta, la campanilla en su espadaña doblaba, loca, apercibiéndonos del hecho al tiempo que una potente traca iba estallando ahogando el sonido de la campanica. La banda oficial de la Villa, Santa Cecilia, tomó el testigo de ambas manifestaciones festivas y la recibió a los sones del Himno Nacional.
Alguien dijo cuando salía la Sagrada Imagen: "sólo hay en esta Villa de Caudete un acto que comienza con escrupulosa puntualidad, la SALIDA DE LA SAGRADA IMAGEN DE LA PATRONA PARA IR AL ENCUENTRO CON SUS HIJOS (*)
Para aquella hora toda la explanada del Santuario y los
aledaños hervía de fieles que no querían perderse el momento tan señalado
y esperado. Verla aparecer y, al unísono, como impulsados por un resorte a los
acordes del Himno Nacional, los corazones se elevaron desde los pechos y
volaron hasta la Madre que salía, preciosa, con un hato negro que alguno decía
que “era debido al luto por celebrarse el aniversario de la explosión de
pólvora que tuvo lugar durante tal efemérides hace sesenta años”. Otros, por el
contrario, muy cargados de razón, se pronunciaban en contra afirmando que la
Virgen procesiona alternando el color del hato: "un año va de blanco, otro
de azul y al tercero de negro. Este año toca negro".
La procesión se puso en marcha.
Era noche cerrada y, desde lontananza, comenzaron a llegar
los estampidos de los arcabuces que, hábilmente manejados por diestros
arcabuceros, avisaban a la población de que la Patrona ¡ya viene!
Hacía una temperatura envidiable. No se movía ni una hoja de
los árboles, diríase que no querían perderse la grandiosidad del momento al que
asistían desde los altos para darle cobijo cuando pasara debajo de ellas. Tanto
la brisa de la noche como las del día, que se juntan cuando amanece, también se
habían detenido. Y, sí, caminaba ya en su carroza precedida por la legión de
miembros de la Mayordomía y cofrades rigurosamente trajeados y provistos de
velas encendidas. Seguía a la carroza con la sagrada imagen, el clero, la Reina
de las fiesta con sus damas de honor, la Corporación Municipal, con su
edil al frente, acompañado por las autoridades civiles, militar y de orden
público y, cerrando la procesión, las banda de Santa Cecilia, la oficial de la
real Villa. Multitud de fieles jalonaban todo el camino por donde pasaba la
Virgen de Gracia, otros, la acompañaban.
Llegamos a la Glorieta de la Cruz en el tiempo programado, a las 08,00 horas de la mañana, una hora. Desde lo alto del cielo ya el sol se ponía a sus pies, a los pies de su reina
Allí, a su llegada, seguidamente se rodaron las banderas al son del Himno Nacional, por aquellos que fueron designados por las Comparsas. 180 fueron las vueltas porque Ella estaba presente.y seguidamente los volanticos de las comparsas, esas criaturitas lindamente ataviadas, que son las perlas que la Villa ofrece como presente a la Patrona, hicieron su baile, su rueda, particular y ancestral en honor de Ella que, a la sazón, se encontraba flanqueada por las imágenes de San Blas, el copatrón y de San Roque, el benefactor de la villa en tiempos crudos de peste.
Luego fue el descanso. Es como si la Madre se preocupara por
los hijos que la acompañábamos y nos dijera: ”andad, andad a tomar un
refrigerio”. Y allí se quedó Ella con San Blas y San Roque y mucho devoto
que se había llevado el tentempié en una bolsa o, simplemente, la ofrecieron el
sacrificio de la privación con el fin de hacerla compañía.
Volvieron a sonar los arcabuces. Por riguroso turno los arcabuceros de las distintas comparsas nos decían a estampidos:¡La Virgen de Gracia vuelve a emprender el camino! Llegaron a la altura del monasterio de las monjas Carmelitas de Clausura y, frente a la iglesia que tenía las puertas abiertas de par en par y, Ella, mirando al sagrario saludaba a su Hijo que la estaba esperando. Y. a su vez, se miraba a sí misma en todo lo alto, vestida de carmelita, como tiene a bien aparecerse así vestida a chavalicos sencillos, verdaderas almas angelicales, aquí y allá, por esos mundos de Dios.
Poco habría de andar la comitiva después del encuentro de la Madre con el Hijo en el monasterio de las monjas carmelitas antes de volver a parar porque, nada más entrar en la población por la Puerta de la Villa, se detuvo en un templete para recibir la bienvenida de sus hijos de Caudete y escuchar el canto de los tradicionales villancicos, piropos musicalizados, que se le cantan cuando pisa las calles de la Villa.
Y, cuando se acallaron los aplausos y los vítores, ya sin parada alguna, viendo solo el cielo azul, como uno de sus mantos, por encima de los tejados de las casas de las callejuelas de la parte antigua de la Villa, se llegó hasta la Parroquia de Santa Catalina donde la hija le cedió su lugar de honor a la Madre que llegaba, en el camarín, en lo alto del retablo. Y comenzó la misa de bienvenida.
Ciertamente fue un momento único, siempre lo es, éste de la
salida de su casa para emprender el camino que ha de llevarla a pasar unos días
con sus hijos.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
17.9.2023.
Domingo. (C.
1.678)
(*) Tengo oído que, en tiempos pretéritos, hubo un regidor
en esta Villa que antes de llevar aquí el bastón de mando, lo había llevado en
la milicia y de entonces le venía un carácter de armas tomar o, mejor, de
volver a lucir sus galones y ¡vaya si los lució en una ocasión como ésta de la
que te doy noticia en el día de hoy! Resulta que todo estaba dispuesto aquel
día SIETE A LAS SIETE de aquel año para que saliera la Patrona del su santuario
¡Pero! El clero se retrasó por lo que fuere, que eso no me lo han dicho, y
aquel alcalde, como si hubiera sido un primer espada en la plaza de toros, se
apretó los machos o lució los galones o sacó a relucir su genio y dijo a voz en
grito: ”Son las SIETE y la Virgen sale, o no sale”. Y la virgen salió. Presumo
que el clero de entonces se llevaría un buen susto aquel año.
Nota. Los datos históricos y las fotografías me
han sido cedidos por Francisco Cantos Albertos y el vídeo por Dña. Teresa
Albertos.
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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