NO, NO ES UN MUÑECO.
Para nada. No era un muñeco. Era un ñaquico que iba en los
poderosos brazos de un hombre joven ataviado con el hato propio de una de las
comparsas de moros que desfilaban ayer, junto a otras tantas de cristianos, por
las calles de esta villa marinera, más concretamente por las de San Juan Bosco,
La Avenida de la Generalidad para concluir en la del Alcalde Oncina Giner,
frente al Ayuntamiento del lugar.
Como cada tarde subía yo hasta la parroquia de Santa Teresa,
parroquia del lugar, para asistir a la celebración de la Eucaristía. A aquella
hora, las diecinueve treinta, todo estaba ya en marcha. Las gentes de la villa
se habían dado cita a lo largo del recorrido del desfile. En lontananza, allí
donde comienza la Avenida de la Generalidad, ya se percibía movimiento y desde
allí llegaban hasta el final de la misma Avenida, donde yo me encontraba, los
sones de la primera de las bandas que ponía en movimiento a todos aquellos que
constituían la escuadra que abría la entrada mora y cristiana.
Yo dirigí mis pasos hacia el templo dejando que la multitud
que abarrotaba ambos lados de la Avenida comenzara a disfrutar con el alegre
desfile de las distintas escuadras que las comparsas habían puesto en
movimiento. La parroquia estaba cerrada a cal y canto. Seguramente, y con buen
criterio, el señor cura párroco, que es nuevo en esta parroquia, había decidido
cambiar la hora de la celebración eucarística para favorecer, ¡cómo no! la
asistencia de los fieles que asiduamente asisten a la celebración eucarística,
su presencia en el recorrido festivo y colorista que tuvo lugar ayer por la
tarde.
Con las mismas volví sobre mis pasos y como un campellers
más me situé junto a la plataforma desde la que los distintos medios de
comunicación estaban transmitiendo el acontecimiento, como lo hicieran en la
tarde de ayer.
Y, desde aquel lugar, un tanto privilegiado, asistí al paso
de bastantes de las escuadras hasta que las piernas, acalambradas, comenzaron a
decirme que pusiera a sus pies en movimiento. Y eso hice cuando las manecillas
del reloj caminaban ligeras para formar el ángulo recto de las veintiuna horas
me fui alejando del jolgorio popular.
Y, sí, aquel joven hombre vestido con el hato de una
escuadra perteneciente a la comparsa de los moros, llevaba, en sus vigorosos brazos,
una criaturita, la que ves en la foto que preside estas letras. Y NO, NO ERA UN
MUÑECO, era un ñaquico, con toda seguridad su propio hijo, que, todavía
lactante, participaba, por primera vez, en el desfile de moros y cristianos,
con ocasión de las fiestas patronales de la villa marinera de El Campello, su
villa, y lo hacía vestidito, como su padre iba, de morito.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
14.10.2023. Sábado. (1.697)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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