sábado, 12 de julio de 2025

Sexto día de la Novena de la Virgen del Carmen.

ESTAMPA CAUDETANA. 

SEXTO DÍA DE LA NOVENA DE LA VIRGEN DEL CARMEN

(Flor múltiple de HIBISCUS)

En la iglesia conventual de San José, en el día de ayer, se proclamó el evangelio de unas bodas en Caná de Galilea, en la que estuvieron presentes la Virgen María y su hijo Jesús, al que acompañaba ya el grupo de sus discípulos más íntimos

Ni que decir tiene que  toda la homilía versó acerca de las grandes figuras de la boda, que no eran, precisamente, los novios, sino  los invitados, María, la Virgen Santísima, que, sin duda alguna, sería pariente de alguna de las familias de los contrayentes, puesto que Nazaret solo dista 6 km de Caná y, con ella, Jesús, su Hijo. 

Mucha familiaridad debería existir, mucha relación, entre ambas familias porque Jesús no fue solo, asistió con sus 12 discípulos, discípulos que luego serían constituidos testigos, apóstoles, llamados a transmitir el mensaje fresco, cariñoso cercano, amable, de Dios para todos los seres humanos más allá de las fronteras de una raza, de una nación.

Comenzó su disertación el padre predicador diciéndonos que, en todo el Evangelio de San Juan, solo existen dos momentos en los que aparece la Virgen María, Madre del Señor. Este, en el que se nos da cuenta de su presencia en unas bodas, al principio de su catequesis evangélica, y en la última de las páginas, allí donde Ella permanece junto a su Hijo Jesús al que han clavado en la cruz, asistiendo al cruel suplicio de la muerte pensada con saña contra los peores facinerosos. 

Y, en ambas ocasiones, hacía hincapié, el padre predicador, en que Jesús al dirigirse a su Madre no la llama con ese título maravilloso de madre sino con el título general de mujer:

"Mujer, todavía no ha llegado a mi hora" (Jn 2,1-12); 

"Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26-27).

Con el fin de hacer notar que Jesús se dirigía a todas las mujeres y no a una en concreto. Y es que Jesús, como hace un buen sastre, no da puntada sin hilo. Aprovecha cualquier situación y momento para transmitir un mensaje con dimensión universal y no circunscrito a un grupo de personas como, en este caso, hubieran sido las mujeres bendecidas con la maternidad.

Nos dijo que la Virgen hizo posible que la alegría que inundaba el momento festivo de la boda, no se ahogara por la falta de aquello que alegra el corazón, según el decir orante del Salmo, el vino:

"El vino alegra el corazón del hombre" (Salmo 104, 15). 

Y es que  la Virgen andaba, en el transcurso de la boda, con el mandil puesto, echando una mano,  trajinando y velando para que todo saliera a pedir de boca. Y, claro, se dio cuenta de que en la tinaja del vino no quedaban ni cuatro gotas y así lo puso en conocimiento de su hijo: 

"no tienen vino" (Jn 2, 3).

Y, Jesús, que conocía muy bien a su Madre, supo lo que Ella pretendía y le insinuaba. 

Y, ahí, ¡estuvo Él!

De aquí pasó el predicador a decir que la vida es el ámbito donde el hombre debe vivir la alegría. Pero cuando esa alegría se ve zarandeada por circunstancias complejas que lo impiden, bueno sería que eleváramos nuestra mirada, hecha oración, a la Virgen Santísima y le pidiéramos que interceda ante Jesús, su Hijo, para que se dejara notar en nuestra existencia y mantuviera la alegría y el gozo con que Dios bendijo al ser humano al darle la vida.

En la parroquia de San Francisco, el predicador, sirviéndose de lo que Fr. Amando O. C. D. ha lanzado a las redes de comunicación social, nos llamó la atención acerca de que, al igual que la Virgen Santísima, Nuestra Madre, durante el tiempo que va desde la visita del ángel anunciándole su maternidad por obra del Espíritu Santo, hasta el momento en que, en  Belén de Judá, acunó en su regazo al Hijo de Dios, a su propio Hijo, vivió habitada por la Trinidad. Tiempo que dedicó a contemplar el misterio que estaba teniendo lugar en su interior, en su cuerpo y en su espíritu. Y lo hacía el predicador sirviéndose del ejemplo que nos suministraba el carisma del Carmelo vivido plenamente por aquella que fuera objeto de la llamada del Espíritu Santo a consagrarse totalmente, a vivir el carisma del Carmelo que consiste en "ser contemplativo", como la Virgen María, es decir, abierto totalmente a la trascendencia divina en todo su ser. Eso sí, abierta, así mismo, al encuentro con sus hermanas de religión y también a proyectarse, por esa oración contemplativa, hacia los hermanos que desarrollan su vida extramuros del monasterio, en medio del mundo. Esta mujer, Isabel de la Santísima Trinidad, o Isabel de Dijón, fue coetánea, vivieron en las postrimerías del siglo XXI, de otra santaza que vivió las mieles de la santidad en la fértil tierra del Carmelo, en Francia, Santa Teresita de Lisieux. Ambas escalaron las cumbres de la santidad en las cuestas por las que alcanzaron las más altas cumbres.  Y lo hicieron a lo largo de sus 24 años, una, y 26, la otra.

Así se veía Santa Isabel de la Santísima Trinidad, como la Virgen a lo largo de su embarazo:"inhabitada" por la Sma. Trinidad. Y, así, lo recomendaba, vivir contemplando, dentro de uno, a la Santísima Trinidad que obra, desde nosotros y con nosotros, el bien para con los demás.

Recibe mi saludo, mis


¡¡¡BUENOS DÍAS!!!

12.7.2025. Sábado. (C. 2.283).

P. Alfonso Herrera. Carmelita.

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